Uno de mis amores Estudiantes de La Plata

Uno de mis amores Estudiantes de La Plata
En el Estadio Unico de La Plata con Josefina y mi ahijada Geraldine

Películas recomendadas para quienes trabajamos en las aulas

  • La lengua de las mariposas
  • Los coristas
  • Ni uno menos
  • Todo comienza hoy

Historia novelada para leer con los alumnos

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  • Ana y el virrey
  • Camila O’Gorman: la historia de un amor inoportuno
  • Confesiones de un dandy
  • Cuyano Alborotador
  • El farmer
  • El fueguino Yimmy Button y los suyos
  • El general, el pintor y la dama
  • El incendio y las vísperas
  • El mar que nos trajo
  • El mar y la serpiente
  • El ropaje de la gloria
  • En la sangre
  • En nombre de Dios: la cruzada jesuítica en tierra sudamericana
  • Esa mujer
  • Felicitas Guerrero: "la mujer más hermosa de la república"
  • Gabriela (clavo y canela)
  • Hijo de hombre
  • La amante del restaurador
  • La bolsa
  • La casa de los conejos
  • La cautiva. El matadero
  • La guerra gaucha
  • La novela de Perón
  • La novela de Urquiza
  • La patagonia rebelde
  • La princesa federal
  • La revolución es un sueño eterno
  • Las batallas secretas de Belgrano
  • Las cuatro estaciones de Manuela
  • Luna federal, las mujeres que desobedecieron a Urquiza
  • Lupe
  • María de las islas
  • Misteriosa Buenos Aires
  • M’hijo el dotor
  • No habrá más penas ni olvido
  • Operación masacre
  • Paula
  • Rayuela
  • Santa Evita
  • Sobre héroes y tumbas
  • Soy Roca
  • Una familia argentina
  • Vida de un ausente: la novelesca biografía del talentoso seductor
  • Zama
  • ¿Quién mató a Rosendo?

domingo, julio 08, 2007

Cuentos para trabajar las efemérides patrias

Un paseo preocupante por Griselda de la Iglesias.

Un paseo, ¡qué lindo un paseo por la ciudad!- pensó Josefina, cuando su amita le anunció que debía ir a repartir las tarjetas de invitación para la tertulia de mañana, pero la alegría se fue poco a poco convirtiendo en preocupación y mucha pero mucha angustia.
Los invitados eran unos cuantos, eso significaba que estaría caminando de aquí para allá unas cuantas horas y seguro, seguro terminaría cansada, y además debería tener cuidado de no perderse.
Para eso tenía que caminar entre los límites de la ciudad (al sur la calle de México, al norte la de Cangallo, al oeste las iglesias de San Miguel y San Nicolás).
El peligro era perderse en el suburbio.
Las tarjetas más sencillas de repartir eran en las únicas casa que tenían azotea como la de Constanzo y del Pino, el resto de las casas eran de un solo piso, bajas y macizas, de paredes anchas de ladrillo, asentado en barro y al fondo las magníficas huertas de treinta o cuarenta varas.
El problema de Josefina surgiría si no terminaba de repartir las invitaciones temprano antes que oscureciera, porque otro de los grandes peligros eran las rejas, sí eran el peligro de la noche, muchas de ellas se extendían hasta el cordón de la vereda alumbradas por una mísera luz y más de uno desatento se había roto la nariz o un brazo.
Pero Josefina no debía pensar en eso, tenía que apurar el reparto de tarjetas.
Miró el montón que le quedaba y empezó a dolerle la cabeza, de sólo mirar se sintió cansada, aún tenía que ir a lo de Tomasa de la Quintana de Escalada, María Eugenia Escalada de De María, Casilda Igarzabal de Rodríguez Peña, Juana Pueyrredón de Saénz Valiente, María Mercedes Coronel de Paso, iba de casa en casa y el montón no bajaba.
Aparte de cansada, Josefina estaba embarrada de los píes a la cabeza ¡sí como escuchaste! ¡de los píes a la cabeza!, un gran temporal había dejado las calles hechas un desastre, el agua corría en forma de arroyo con saltos y cascadas, los pantanos parecían lagunas y los charcos no se terminaban de secar, por esto nada ni nadie se salvaba de un baño de barro líquido, cuando digo ni nada, ni nadie, esto es verdad, los frentes de las casas recién blanqueados, los lecheros, panaderos, paseantes, el señor, la señora que caminaban rumbo a la iglesias, nada ni nadie.
Si se veía venir un caballo al trote, más la yegua y el potrillo que lo seguía, ahí sí que más vale que te corras del lugar porque el enchastre estaba asegurado. Esto le había pasado a Josefina, apurada y cansada, la tomaron por sorpresa y la bañaron completa. Faltan sólo dos, sólo dos –pensaba Josefina- la de Manuela Telechea de Pueyrredón y la de Juana Lezica de Riglos, un esfuerzo más-pensó-.
¡Por fin terminó! Y se dispuso regresar a la casa –no se sabe si más cansada que embarrada o más embarrada que cansada-. Pero a pesar de todo no había sido tan feo el paseo, en medio del chapuzón marrón… lo había visto a él y de esto estaba segura, le había encantado.

Bibliografía:
Cicerchia Ricardo, “Historia de la vida privada en la Argentina”, Editorial Troquel.
Battolla Octavio, “La sociedad de antaño”, Editorial Emecé.

Lucía, acalorada por Griselda de la Iglesias

¡Qué calor! ¡Qué calor! –pensaba Lucia-.
Faltaba un rato largo, largo para el atardecer y con su familia ir hasta el río a refrescarse en el único lugar posible que había en Buenos Aires: el Río de La Plata.
Allí no estaría solamente la familia de Lucia, sino todas las familias que buscaban en sus aguas un poco de alivio que no podían encontrar frente a los calcinantes rayos de sol –cuando digo todos- es porque estaban todos, los papás, las mamás, los hijos, los magistrados, los prósperos comerciantes, piadosos sacerdotes y también cerca muy cerca las lavanderas.
A Lucia le alegraba saber que pronto, muy pronto, irían al río ¡porque la verdad, tenía calor! Pero esto significaba que, solucionaba el problema del calor pero empezaba otro ¿saben cuál? Sacarse la ropa y entrar al agua, no le tenía miedo al agua, no, ese no era su problema ¡era que llevaba mucha ropa puesta!
La que la ayudaba en esta tarea ¡difícil tarea!, era Josefina (si había llegado del río y no estaba cansada, después de lavar la ropa de toda la familia, cargarla sobre su cabeza y caminar hasta la casa) por supuesto que la pobre siempre estaba cansada.
Las dos compartían esta tarea, la de quitarse la ropa, que para Lucia era todo un problema. Lo hacían despacio, paso a paso, siempre de la misma manera, habían encontrado la receta:
Primero: la mantilla de gasa amarilla. ¡Qué menos mal!, no se sujetaba ni con broche, ni alfiler, sólo con las manos o con la punta del abanico el que Lucía usaba no sólo pro el calor insoportable sino que también lo usaba para ocultar sus lindos ojos o descubrir su cara si pasaba algún joven que le gustaba.
Segundo: el vestido de seda clara y algodón con finísimos encajes.
Tercero la enagua de tafetán que también tenía encajes de color amarillo.
Cuarto: los zapatos que hacía su mamá (que no eran amarillos) eran de raso negro, sin taco y con suelas que le preparaba el zapatero amigo de la familia.
Quinto: las medias de seda con bordado amarillo.
Llegaron al río y se escuchaba-¡vamos mi niña!, que ya oscurece, la apuraba Josefina y Lucía con un gran y suelto traje de baño entraba al agua.
Como el agua es muy baja, Lucia caminaba hasta llegar a los dos pies de profundidad y entonces se sentaba, se refrescaba y lavaba su cuerpo.
Pero la calma y el refresco no duraba mucho tiempo, primero porque estaba oscureciendo y Lucía debía caminar con sus largos cabellos que colgaban hasta cerca del suelo para secárselos y segundo porque comenzaba un nuevo problema: ponerse la ropa para regresar a la casa y esperar al próximo atardecer.

Bibliografía:
Cicerchia Ricardo, “Historia de la vida privada en la Argentina”, Editorial Troquel.
Battolla Octavio, “La sociedad de antaño”, Editorial Emecé.


Josefina está cansada por Griselda de la Iglesias.

Soy Josefina, estoy muy cansada -¿les cuento por qué?-
Recién llegué del río, la señora me mandó y no tuve más remedio que ir.
Es bastante lejos, en la ribera, el norte y sur del Fuerte, esto que les cuento es importante pero lo más importante que aún no les conté es que tengo que ir caminando, cuadra por cuadra y sobre mi cabeza cargo el atado de ropa ¡ojo que no dije atadito!, es un atado grande muy grande, la familia es numerosa: la amita, el amo, sus seis hijos y por supuesto también llevo mi ropa ¡Cuánto trabajo! La golpeo sobre las piedras, le pongo jabón hecho de cenizas y hierbas, la enjuago bien y la dejo secar en la orilla del río, por eso tardo tanto en regresar a la casa y también por eso es que estoy tan cansada.
Y hoy para colmo no fue un día fácil para mí ni para todas las lavanderas porque no estoy sola en el río, somos muchas, todas trabajamos todo el tiempo pero te cuento que también nos hacemos un ratito para cantar y hablar de nuestras cosas, pero a veces se hace ¡un barullo bárbaro!, hablamos todas juntas ¡y hasta tenemos que gritar para entendernos!-realmente eso no deberíamos hacer-y lo peor es que los vecinos se quejan por el batifondo-¡pero de cuantos chismes me entero!
No sólo los vecinos se quejan por el barullo sino también porque al lavar la ropa en el río dejamos las aguas teñidas de espuma y suciedad y ¿saben cuál es el problema? Que muchos aguateros que venden en la ciudad el agua que utiliza la gente, la recogen de aquí ¡sí del río! ¡Del río! –Como escuchas- No todas las casas de familia tienen aljibe para juntar el agua de lluvia más pura y limpia-por suerte en la casa de mi amita hay un aljibe y ¿sabes qué hay en el fondo? ¡Una tortuga! ¡Sí una tortuga como escuchas! Para que limpie el agua.
Y bueno, se quejan, se quejan pero ¿dónde vamos a lavar la ropa? ¿Dónde?
Nosotras, las lavanderas, también nos quejamos, pero a nosotras no nos escuchan, no porque no gritemos y los demás sean sordos-les cuento que muchos chicos que viven cerca de la costa son nuestros peores enemigos, los muy sinvergüenzas para divertirse cuando estamos entretenidas conversando de nuestras cositas como les conté ¡nos mezclan la ropa, la esconden y a veces hasta la roban! – Pero cuando nos damos cuenta- empezamos a correr y a correr a los muy pillos y creo que por esto que les conté, es que también estoy tan pero tan cansada.

Bibliografía:
Cicerchia Ricardo, “Historia de la vida privada en la Argentina”, Editorial Troquel.

Estos cuentos están escritos con mucho amor, pensando en el trabajo con los niños, llevan los nombres de mis hijas Lucia y Josefina que fueron las primeras en disfrutarlos.